Un atentado con coche bomba estremeció este viernes a las afueras de Moscú, con la muerte del teniente general Yaroslav Moskalik, una figura clave en el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas. El ataque ocurrió en Balashikha, una zona residencial cercana a la capital, justo mientras en el Kremlin se llevaban a cabo reuniones cruciales entre Vladimir Putin y el emisario de Donald Trump, Steve Witkoff, en busca de un acuerdo de paz para Ucrania.

La escena, marcada por llamas y destrucción, reaviva los temores de infiltraciones internas y sabotajes en medio de una guerra que no da respiro.

El crimen, confirmado por el Comité de Investigación ruso, fue perpetrado con un artefacto cargado de metralla que explotó dentro del vehículo del general. La bomba fue activada en el patio de un edificio residencial y generó un incendio de gran magnitud. Aunque las autoridades no identificaron a los responsables, el método recuerda al asesinato del general Igor Kirillov en diciembre, cuando un explosivo escondido en un monopatín eléctrico acabó con su vida. En aquel caso, Ucrania se atribuyó la autoría a través de sus servicios de inteligencia.

Lo más llamativo del ataque es su coincidencia con la presencia en Moscú de Steve Witkoff, el interlocutor designado por Trump para intentar una salida diplomática al conflicto. Witkoff ya se ha reunido tres veces este año con Putin y busca capitalizar su influencia para mostrar avances concretos en la agenda internacional del exmandatario estadounidense. Su visita, sin embargo, se produce en un clima tenso, tras un reciente bombardeo ruso sobre Kiev que dejó al menos 12 muertos y tensó aún más las negociaciones.

En paralelo, desde Ucrania surgen voces que empiezan a aceptar que el desgaste de la guerra puede llevar a concesiones dolorosas. Vitali Klitschko, alcalde de Kiev y crítico frecuente de Zelensky, sorprendió al sugerir que ceder territorios podría ser una forma de alcanzar una "paz temporal".

Aunque remarcó que "Ucrania nunca aceptará una ocupación", sus palabras abren un nuevo capítulo en la narrativa de una guerra estancada, donde las salidas posibles comienzan a costar más que resistir.

El asesinato del general Moskalik no solo sacude a la cúpula militar rusa, sino que también complica el delicado equilibrio entre la diplomacia y la violencia. Mientras Trump intenta proyectar liderazgo desde Washington con mensajes ambiguos y elogios a la “moderación” rusa, el terreno sigue siendo minado –literalmente– por señales de que la paz aún está lejos. Y cada nuevo ataque podría hacerla aún más difícil de alcanzar.