La decisión de Harvard que podría desatar una rebelión académica en EEUU
La Universidad de Harvard, con más de 140 años de historia antes de que siquiera existieran los Estados Unidos, se plantó frente al gobierno de Donald Trump en una disputa que ya tomó carácter nacional.
Con un fondo financiero mayor que el PBI de casi 100 países y una lista de egresados que incluye a ocho presidentes estadounidenses, la prestigiosa institución decidió rechazar los condicionamientos oficiales en temas clave como admisiones, contrataciones y contenidos curriculares. La postura podría marcar un antes y un después para el sistema universitario del país.
A pocas horas de la publicación de la carta firmada por su presidente Alan Garber, la administración de Trump respondió congelando 2.200 millones de dólares en subvenciones y cancelando un contrato por 60 millones. Aunque el monto total de fondos federales que recibe Harvard roza los 9.000 millones, esta decisión es vista como un primer golpe en una ofensiva mayor. La medida ya generó preocupación en sectores vinculados a la ciencia, la salud y la exploración espacial, áreas que dependen de estos fondos para sostener investigaciones clave.
Para Garber, la línea es clara: “Ningún gobierno debería decidir qué puede enseñar una universidad privada”. Su postura fue respaldada por figuras influyentes como Steven Pinker, quien ironizó sobre la idea de imponer diversidad de pensamiento por decreto: “¿Ahora también hay que contratar marxistas en economía y curanderos en medicina?”.
La resistencia no solo apunta a preservar la autonomía académica, sino también a frenar lo que muchos ven como una campaña contra el pensamiento progresista en los campus.
En contraposición, la legisladora republicana Elise Stefanik, graduada de Harvard, se despachó con duras críticas: acusó a la universidad de encarnar la “corrupción moral y académica” de la educación superior y exigió recortes drásticos de fondos públicos.
Mientras tanto, universidades como Columbia ya cedieron a las exigencias del Ejecutivo, creando áreas de control sobre sus programas más sensibles. Pero con Harvard como referente en pie de guerra, el escenario podría inclinarse hacia una defensa más firme del rol crítico de la universidad.